Wednesday, July 28, 2010

Dos Notas del anarquismo chileno


De: Red Latina sin fronteras
Asunto: Dos notas del anarquismo chileno
A: itzcuintli@yahoogru pos.com.mx
Fecha: miércoles, 14 de julio de 2010, 7:35

Dos notas del anarquismo chileno
Por Prensa Anarquista - Jul. 14, 2010
caetanobresci@ yahoo.com. ar

http://argentina. indymedia. org/news/ 2010/07/741208. php

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1ª nota

¿Dónde se es?: Paisaje y arraigo


La idea del anarquista como un sujeto desarraigado es una no­ción que debe revisarse perma­nentemente. El amor a la patria es una cosa, amar un paisaje es otra.

Este periódico se reconoce oriundo de la Región Chilena, si hemos utili­zado esta idea es porque nuestros compañeros del la primera época de El Surco también se referían así al contexto territorial desde donde escribían. Porque no creemos en el concepto de Chile como un República (de esas que a uno le enseñan en el colegio), para nosotros, lo que se hizo acá fue trazar líneas imaginarias sobre una región del globo terráqueo.

Desde esta aparentemente sutil diferencia, proyectamos las palabras venideras, donde queremos comentar con respecto a ciertos nociones del anarquista como un sujeto desarraigado, es decir, una persona que no es de aquí, ni de allá (diría Facundo Cabral), incapaz de establecer lazos emocionales con un territorio, por el hecho de no creer en la patria, repúblicas o estados.
Es claro que esta idea está cargada de una concepción errónea de lo que significa anarquía, el que escribe se considera un internacionalista, en la idea de que como Homo sapiens nos tocó poblar un mismo planeta y aquello nos conecta como espe­cie. No obstante, hay un paisaje que me es propio, hay una combinación de elementos atmosféricos que recuerdo con nostalgia cuando estoy lejos: plantas, olores, sonidos y casas, es un todo que no podría describir ni pintar, construido desde la experiencia y con el cual he desarrollado lazos afectivos y emocionales que lo convierten en único.

Conviene invocar en este las palabras del geógrafo cultural Yi Fu-Tuan: “Un paisaje es, ante todo, una composición. Revela grandes y pequeñas armonías, la mayoría de las cuales les resultan invisibles a las personas que ha­bitan en él y deben atender sus necesidades inmediatas”1 .

La cita se refiere a una jerarquía de armo­nías, no especifica, pero es claro que estas armonías son creadas por quien vive el paisaje. Nuestra concepción de un paisaje acotada a su dimensión visual es errónea por simplista, el paisaje es una experiencia, y como tal es multisensorial. Así, todos nues­tros sentidos se disponen hacia el paisaje, reconociendo armonías (que no deben ser necesariamente bellas) como puede ser un olor en relación a un sonido, o un sabor en función de un color.

Como fetichistas de la historia, no podemos dejar de lado la relación entre el individuo y el paisaje que se genera desde la interac­ción en el tiempo, ésta carga el paisaje de vivencias sobre las que volvemos cada vez que lo visitamos. Aquella esquina deja de ser una intersección y se convierte en el ne­fasto lugar donde nos caímos de la bicicleta, aquel árbol abandona su follaje actual, para nosotros solía ser más pequeño.

El arraigo pasa necesariamente por esas relaciones: Uno es, donde ha sido, suena redundante, pero lo que queremos expli­car es que la posibilidad de reconocerse, es mucho mayor en los lugares donde hubo una conexión entre el espacio y la persona. Mantengamos caliente la idea de “experiencia”.

Cuando nos dicen “ama a tu patria”, se nos pide verter un sentimiento íntimo sobre una molde abstracto. En lo personal, me es imposible proyectar amor en algo que no concibo, para mi esto de las líneas que no se ven y las banderas son sólo construccio­nes de otros que me han impuesto. Por ser impuestas, no puedo sentir aprecio sobre las mismas.

No sucede lo mismo con un paisaje, este genera placer porque existe un vínculo (arraigo), que cueste definir lo que más gusta de un paisaje, no quiere decir que no tengamos claro lo que compone dicho conjunto, sólo explica lo difícil que es poner en palabras una experiencia. Así entonces, estamos dispuestos a sentirnos parte de un territorio, lo importante es tener claro cuánto se está dispuesto a sacrificar por este territorio (entendiendo como territorio el emplazamiento físico sobre el que se construye un paisaje).

Para ejemplificar este sacrificio, prefiero hablar desde un yo: ¿Estaré dispuesto a matar por mi derecho a un territorio? La verdad la pregunta suena extrema, pero creemos que en el fondo esa es la consigna que sustenta las guerras. Suelo hacerme esta pregunta cuando miro por la ventana de la pieza, reconociendo esos detalles íntimos, sutiles despojos de realidad que he hecho míos. La verdad querido lector, es que no tengo una respuesta definitiva.

Todo lo que está ante nosotros, no nos pertenece, a pesar de ser nuestro (una cosa es poseer, otra cosa es ser dueño). Por lo tanto no tiene sentido morir defendién­dolo, sin embargo, todos los sentimientos vertidos nos van a impedir entregarlo así como así, tiene mucho de injusto el sentirse desplazado.

La patria es una multiplicidad de paisajes, muchos de los cuales no son más que una postal para nosotros, por lo mismo creo imposible sentirse arraigado en Chile, como podría uno sentirse arraigado en un espacio personal. A pesar de que los paisa­jes que amamos se proyectan desde Chile. La gran diferencia está en que el territorio es una posibilidad de arraigo, la intención de sentir que se puede ser en un lugar, es algo personal, va con nosotros y por lo tanto puede aplicarse a voluntad sobre el territorio que nos plazca.

No hay que creer en esa consigna patriotera que transforma un objeto abstracto en una suerte de “madre”, nosotros, como humanos, podemos sentirnos cómodos incluso en los lugares más inhóspitos, eso depende de la voluntad de arraigo.

Si le pusieron un nombre al territorio que va desde las cordillera al mar, eso me es indiferente, para mi puede tener múltiples nombres, según mi estado de ánimo.

Entonces uno comprende por dentro esos versos conocidos del compañero Pezóa Velis:

“Entonces, muerto de angustia,
ante el panorama inmenso,
mientras cae el agua mustia,
pienso.”

Citas:
[1]. Tuan, Yi-fu, Escapismo, formas de evasión en el mundo actual; trad. Karen Muller. Península, Barcelona, 2003. Pág. 161

Autor: Rako
Publicado en: El Surco Nº 17, Chile



2ª Nota


Unidad y Autonomía


Existe una discusión dentro de los movimientos libertarios, casi tan vieja como el propio anarquismo y que nada sabe de fronteras, una tensión continúa entre la búsqueda de la unidad y la sana necesidad de la libertad y autonomía individual y grupal. No pretendo dar con una fórmula mágica, pero si plasmar aquí unas simples reflexiones que tal vez puedan aportar algo y que si no simplemente pueden quedar en el olvido como tantas cosas que se dicen o escriben. Lo escribo expresamente pensando en el momento que viven los movimientos libertarios en este pedazo alargado de tierra que alguien decidió llamar Chile, pero seguramente podrá ser entendido por anarquistas y libertarios de cualquier otro lugar del globo.

En especial me motiva a ello el grado de descalificació n que alcanza a veces una discusión entre visiones del anarquismo que debiera ser tan natural como sana y enriquecedora. No sé si, cuando pensamos en las acciones, lógicas, tácticas, estrategias… que desarrollamos lo hacemos pensando en un fin a alcanzar, en un resultado o al menos en un avance en alguna dirección concreta. Si es así, que debiera ser lo más lógico, deberíamos tener siempre presente que lo realmente importante es ese fin que perseguimos y no la acción, lógica, táctica o estrategia en sí misma que empleamos en pos de ese fin. De modo que lo segundo, la acción, la táctica, debiera estar siempre abierta a la evaluación regular, a replantearse, a no ser considerada irrenunciable, un dogma, como el fin mismo, y por tanto abierta a cambio, en caso de que el resultado obtenido con dicha estrategia a lo largo del tiempo no sea el que se buscaba, no nos haya acercado lo más mínimo al fin o incluso se observe que nos aleja de él o nos estanca irremediablemente. Esto nos debiera dar, en cualquier caso, mayor flexibilidad a la hora de valorar (que es lo que deberíamos hacer en lugar de juzgar, que para eso ya existe un estamento que teóricamente desearíamos suprimir) las acciones o estrategias de otros grupos que teóricamente persiguen el mismo fin, puesto que entenderíamos que, igual que nosotros hacemos con nuestros métodos, ellos lo hacen con los suyos, que todo está abierto a crítica constructiva y, sobre todo, a autocrítica, que no existe en el método nada absoluto y que las estrategias sólo se muestran acertadas o erróneas en la práctica concreta y a lo largo del tiempo, y no apriorísticamente sobre un papel o un manual. Que ciertos métodos pueden ser útiles en una coyuntura adecuada y sin embargo hacer retroceder más que avanzar, ser un obstáculo, en otras.

Si con lo que todo libertario sueña es, más o menos esquemáticamente, con una sociedad radicalmente distinta, basada en la ausencia de autoridad, en el apoyo mutuo, el consenso y la horizontalidad, es difícil pensar que caminamos hacia ese sueño descalificando encarnizadamente a quienes están en el mismo lado de la lucha, a quienes teóricamente comparten un mismo fin, aunque con distinta lógica. Si entre nosotros actuamos así, si tan difícil resulta el consenso entre anarquistas, ¿cómo pensamos que en una sociedad futura quienes hoy viven en base a parámetros diametralmente opuestos serán capaces de consensuar nada con nosotros? Esa sociedad que llevamos en nuestro corazón debemos construirla a diario desde ese corazón mismo, debemos vivirla en nosotros. Sólo así se irá haciendo posible y será creíble para otros. Y que nadie entienda aquí que personalmente doy por buenos todos los métodos, todas las acciones, todas las lógicas, todas las estrategias. Personalmente no creo que el fin justifique los medios. Pero no me parece éste el lugar ni el momento para posicionarme personalmente. Cada uno debe reflexionar sobre su praxis y los resultados de ella y obrar en consecuencia, estoy muy lejos de sentirme juez de otras personas con el mismo derecho a acertar o equivocarse, a replantearse a diario, tomar un camino u otro según su propia reflexión, maduración de las ideas, formas de sentir la vida y la acción.

Dicho todo eso, voy ya sin más vueltas al tema que quería abordar: la unidad y la autonomía. Dándole vueltas a ese eterno dilema, pienso que uno de los errores, desde mi punto de vista, más habituales es plantearse el tema como una cuestión de opuestos. Pensar que la unidad anula la autonomía o que la autonomía impide la unidad. Pienso que en el momento que vivimos, tanto en América Latina como en Europa, aunque las realidades puedan parecer muy distantes, la unidad es más necesaria que nunca, por múltiples motivos. El primero de todos, que estamos ante un momento histórico en el que sería posible noquear definitivamente el sistema económico, político y social que lleva siglos sometiéndonos, y eso es difícil de conseguir desde acciones aisladas sin un sentido común y, sobre todo, sin unos objetivos y una propuesta clara. Pero, ¿unidad a costa de maniatar la autonomía, la libertad, la sana espontaneidad individual o grupal? No creo que eso sea tan necesario y de hecho me parecería un empobrecimiento, una renuncia a la propia base del anarquismo.

La cuestión es que es bien posible funcionar en ambos sentidos. Pienso que es a todas luces necesaria una coordinación, un entendimiento y un apoyo mutuos, una dirección común y, para ello, acciones, tácticas y estrategias comunes entre todos aquellos que soñamos con otro tipo de relaciones humanas, laborales, familiares, vecinales, vitales, entre estudiantes, trabajadores, cesantes, ecologistas, mujeres (personalmente considero una de las luchas más vitales la que sitúe definitivamente a la mujer en un plano de igualdad real con el hombre), okupas, pueblos originarios y cuantos grupos y sectores humanos estén sometidos o en lucha; un campo para la reflexión común, el consenso y la acumulación de fuerzas para hacer avanzar entre todos cada uno de los terrenos en los que la lucha es necesaria, en los que recuperar la sociedad, la economía y la política para los propios interesados, para el pueblo, para los actores reales de la vida, es imprescindible. Para ello, en base a mi reflexión, sería un gran avance contar con un espacio común bajo unas señas de identidad unitarias (por decirlo de alguna manera, un nombre y unas señas de identidad comunes, una “marca”) que sirva de paraguas para cuanta organización, grupo de afinidad, colectivo o individualidad desee, y en cuyo nombre se realicen sólo aquellas acciones que, persiguiendo objetivos concretos entre todos acordados y en una dirección por todos marcada, sean asumidas por todos quienes se integren en él. Sería también lógico que, en cada campo de la lucha, primara la voz de los colectivos directamente afectados y que conocen en mayor profundidad las problemáticas concretas y lo que en su terreno puede ser acertado o contraproducente. Es difícil que un/una estudiante de Derecho sepa mejor que un/una obrero del metal la estrategia que conviene en el sector metalúrgico, y viceversa, por poner ejemplos claros, aunque seguramente ambos puedan aportar desde sus saberes ideas útiles a los otros.

Al mismo tiempo, cada organización, grupo de afinidad, colectivo o individualidad debería poder guardarse el derecho a actuar de forma autónoma, en su propio nombre y sin la cobertura de ese conglomerado unitario, en aquellos campos o a través de aquellos métodos que no quepan en ese consenso. No sólo el derecho a actuar libre y autónomamente, sino también el derecho a no informar de acciones o estrategias que consideren por diversas razones que no deben ser difundidas. Por supuesto, el espacio para la crítica a las acciones, estrategias o lógicas autónomas debería quedar siempre abierto, puesto que la discusión permanente sobre lo que aporta o entorpece al conjunto, siempre con la vista puesta en el fin, y no en los medios como fin en si mismos, es siempre imprescindible y ayuda a que nadie pierda de vista el horizonte, cegado por la excitación de la propia práctica y sobre todo por el ego que a menudo se alimenta, aunque sea de forma inconsciente, a través del protagonismo que dan algunas prácticas.

La cuestión es: ¿quién toma la iniciativa para convocar a dicha unidad a organizaciones, colectivos, grupos de afinidad e individualidades hoy en día tan dispersos e inmersos en luchas cotidianas que con frecuencia se dan mutuamente la espalda? Con voluntad todo es posible.

Autor: Asel Luzarraga.
Publicado en: Revista El Surco Nº 17, julio de 2010, Chile.


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